¿QUE HACE UN PERONISTA EN LAS VEGAS?
Depende que clase de Peronista sea. Hubo “peronistas”
que durante el “menemato” traían carretas de dólares y los sembraban en los
Casinos como quien siembra trigo o maíz en un rastrojo. Los vieron ocupar
“suites” Presidenciales de más de mil dólares la noche (con putas incluidas) y
hacían verdaderas orgías negras, que incluso, sorprendían a los famosos jeques
árabes habitúes del high rollers. ¡Perón da para todo! Incluso, hoy en día,
donde muchos advenedizos al peronismo disfrutan de fortunas y prebendas mal
habidas, que da terror y vergüenza al mismo tiempo. En cambio, yo soy un
“perejil” el mismo que cuando Sofovich y
sus amigotes hacían temblar la banca, el susodicho, montado en una escalera
diseñaba murales o pintaba carteles, con la misma tranquilidad que hoy, regresa
a visitar a sus nietos. ¡No negaran que sí, hay dos clases muy marcadas de
Peronistas! Pero ¡Las Vegas, es Las Vegas! El glamur, la fantasía, el “escape
para la trampa” con el pretexto de alguna “convención”, la noche (y el día
siempre a media luz) el ruido de las maquinitas, de las fichas, de los dados;
los gritos delirantes de algún afortunado, las caras largas de los ilusos y esa
absurda tentación de creer que aquí todo está permitido. Pero hay otra ciudad,
la que vive en el silencio de la realidad, lejos del destello de las
marquesinas y de la locura embriagadora de la fantasía, es la ciudad de la
gente que trabaja para que esa fábrica de mentiras funcione. Una de tantas es
mi hija Stella, que al frente de su Agencia de Seguros lleva una vida normal,
con esa dignidad que da trabajar ocho horas todos los días de la semana,
resolviendo problemas, protegiendo a quiénes trabajan y se transportan en sus
propios autos, a los que no tienen “papeles” y necesitan seguro para concurrir
a sus empleos y que haga posible que funcione esa enorme maquinaria que fabrica
la falsa felicidad. Esa es la “otra Las Vegas”, que colma los Súper mercados,
las tiendas de ropa usada, los restaurantes mexicanos de comida barata, los
talleres mecánicos de autos usados, los que ponen techos, arreglan baños, son
cocineros, son los que concurren con más de 45 grados de calor al medio del
desierto para construir casas, hacer zanjas, los que vinieron a clavar clavos,
a limpiar Casinos, a descargar madera, a limpiar casas, a cuidar chicos, a
lavar ollas y a buscar trabajo… Una ciudad que vi crecer como nadie pudiera
imaginar, a la que “llegué fundido” en 1994 después de uno mis tantos regresos
a la Patria, y me dio albergue, trabajo y pan para mis hijos. La que tenía
medio millón de habitantes a mi arribo y la dejé con más de dos millones cuando
“otra vez regresé tratando “otra vez” de ser útil a la Patria en el 2003.
¿Imaginan ustedes lo que se aprende viviendo y observando de cerca con ojos
aviesos una transformación tan extraordinaria y monstruosa, dentro de una
sociedad súper desarrollada? Bueno, eso es lo que puede hacer un Peronista en
Las Vegas: ser testigo de las miserias y las virtudes de una sociedad que los
argentinos odian tanto, que le tienen tanta bronca, que tejen mil hipótesis de
su realidad, que la mayoría no conoce, pero que todavía y en profundidad, no
han averiguado por qué. Ahhh… y esto no tiene nada que ver con el Imperialismo
ni todas las boludeces que puedan imaginar los inventores del hilo negro…
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